Tras veinte años
dedicados a traducir la obra poética de Marianne Moore, la filóloga logroñesa Olivia de
Miguel, galardonada con el Premio Nacional a la Mejor Traducción de 2011,
asegura en una entrevista concedida a larioja.com
que la poesía, al ser traducida, no es que pierda su encanto, sino que “se
convierte en algo distinto”. Olivia de
Miguel asegura que las traducciones alteran aspectos como la materialidad de
las palabras, su dimensión fónica, y se convierten en otras, que no tienen por
qué resultar peores. En este sentido, resulta problemático buscar en la
traducción lo mismo que en el original y, asegura de Miguel, “traducimos
precisamente porque no somos lo mismo. Esa es la herencia de la Torre de Babel”.
Con respecto al
papel del traductor, la galardonada opina que muchas veces esta labor queda en
la sombra, a pesar de tratarse de una “pieza fundamental en la vida cultural de
un país, un actor imprescindible en la transmisión de conocimientos”, puesto
que, sin la labor del traductor, la literatura universal sería impensable y “estaríamos
sumidos en una especie de autismo intelectual”.
Además, Olivia
de Miguel opina que, dado que en un país como España, donde la cuarta parte de
los libros que se editan son traducciones, “los lectores leen la lengua del
traductor”. Esto supone una enorme responsabilidad ética para el traductor,
hacia su lengua y hacia los lectores, ya que “el texto traducido tiene que
seguir siendo literatura y como tal debe ser valorado”.
Por todo ello,
la filóloga reivindica una mayor visibilidad para el traductor y desmiente las afirmaciones
en las que insisten algunos reseñistas de que Henry James, Oscar Wilde o Susan
Sontag escriben directamente en español. Según Olivia de Miguel, cuando el
reseñista elogia el lenguaje de la obra, la compleja sintaxis o la precisión
léxica, olvida que el objeto de sus elogios es obra del traductor, a quien ni
siquiera se hace referencia.
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