La traducción de la obra cumbre de nuestra literatura, Don Quijote de la Mancha,
ha estado llena de curiosidades. Así por ejemplo, Filleau de
Saint-Martin, altera el final de la novela de modo que Don Quijote no
muere, sino que sana. Esto deja abierta la posibilidad de una
continuación, como la que efectivamente realizó el mismo Saint-Martin y
que retomará posteriormente Robert Challe.
La traducción del Quijote a muchas lenguas se ha realizado en numerosas ocasiones, no a partir del original en castellano, sino a través de lenguas mediadoras (principalmente el francés). En muchas épocas ha predominado la convicción de que había que adaptar los textos traducidos a la cultura meta. Así, Friedrich Justin Bertuch convierte al hidalgo en un junker (noble terrateniente). Otro caso curioso es el de las traducciones italianas, que en muchos casos califican a don Quijote de cittadino (‘ciudadano’) desde que lo hiciera Lorenzo Franciosini en la primera traducción a esta lengua (1622).
La traducción del Quijote a muchas lenguas se ha realizado en numerosas ocasiones, no a partir del original en castellano, sino a través de lenguas mediadoras (principalmente el francés). En muchas épocas ha predominado la convicción de que había que adaptar los textos traducidos a la cultura meta. Así, Friedrich Justin Bertuch convierte al hidalgo en un junker (noble terrateniente). Otro caso curioso es el de las traducciones italianas, que en muchos casos califican a don Quijote de cittadino (‘ciudadano’) desde que lo hiciera Lorenzo Franciosini en la primera traducción a esta lengua (1622).
Podemos comentar algunas curiosidades más, como que la traducción al esperanto
se debió a la labor de españoles, primero parcialmente por obra de
Vicente Inglada Ors, Frederic Pujulà i Vallès, Julio Mangada y Luis
Hernándes Lahuerta, y luego de manera íntegra por Fernando de Diego.
Algo parecido podemos decir de la traducción al latín. La versión en latín clásico es obra de Antonio Peral Torres (1998). Antes de esto había aparecido la encantadora versión en latín macarrónico de Ignacio Calvo y Sánchez,
quien en el subtítulo se califica a sí mismo de “cura de misa y olla”.
Su traducción al latín macarrónico comenzó siendo en realidad un
castigo. Estaba ordenado que todos los seminaristas tuvieran un
crucifijo sobre su cama. Debido a que Calvo andaba escaso de dinero
decidió construir un Cristo con pedazos de hojalata, bajo el que
escribió:
“El que tenga devoción
verá en esto un crucifijo
pero el rector, ¡quiá!, de fijo,
cree que es el mal ladrón”.
“El que tenga devoción
verá en esto un crucifijo
pero el rector, ¡quiá!, de fijo,
cree que es el mal ladrón”.
El
castigo fue escribir el Quijote en latín. Su primera versión fue
publicada en 1905 y contenía sólo los 19 primeros capítulos. Comenzaba
con la famosa frase de «In uno lugare manchego, pro cujus nomine non
volo calentare cascos…».
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